domingo, 17 de julio de 2022

La familia y uno más

Las instrucciones del Gran Jefe fueron claras y muy precisas: Junto al árbol del conocimiento antes de atardecer.

Cuando llegué ya había un buen número de amigos esperando. Aún se podían ver motitas de polvo blanco en el cielo. La luna parecía sorprendida observando aquella peculiar e inesperada reunión. Y como siempre ninguno lográbamos entendernos bien entre graznidos, ladridos, cacareos  o aullidos. Una auténtica Torre de Babel animal. Un nuevo desafío para el Gran Jefe que ya no sabía cómo hacer para que nos entendiésemos todos.

Rocinante parecía cansado. Platero hablaba con Rucio sobre la bajada de los tipos de interés y cómo les afectaría. El gato de Cheshire charlaba animadamente con Bagheera sobre el famoso espejo y dónde podría estar ahora la reina de corazones. Baloo por su parte discutía con Winnie the Pooh una vez más sobre quién debía llevarse la miel. El pobre Aslan intentaba poner algo de orden y sentido entre tanta confusión aunque sin mucho éxito.

Los últimos rayos de sol dejaban poco a poco de dar sombra en el descampado junto al árbol. La espera se hacía cada vez más intensa e insoportable. El nerviosismo aumentaba. El Gran Jefe no aparecía. Llegaba con retraso una vez más.

        - Si sabe de antemano que va a llegar tarde, ¿para qué nos cita tan pronto? – se quejaba el astuto zorro a quien un príncipe esperaba para su viaje interplanetario.

       - Es la última vez que vengo a estas reuniones – prometía con la boca pequeña el lobo feroz mientras los tres cerditos asentían sin rechistar.

        - Voy a perder la hora del vuelo.

Las quejas del patito feo no eran indiferentes y llegaron a oídos del cuervo que desapareció entre las nubes para buscar al Gran Jefe. A su rebufo surcó también los cielos Juan Salvador Gaviota que consumió su paciencia soportando las quejas del grillo parlante.

Y en medio de todo Sombragrís permanecía atento a todo lo que ocurría, escrutando y vigilando a sus buenos amigos de letras para evitar nuevas revueltas.

De repente se escucharon sonidos de trompetas. Era la señal. El Gran Jefe se acercaba a paso lento. Todos se dispusieron a un lado y otro de la tierra haciendo un pasillo triunfal. Napoleón apareció por fin tan gruñón y malhumorado como siempre. Sus pezuñas iban dejando la efímera huella de un líder en horas bajas, con mucha menos popularidad y afecto, criticado por muchos y puesto en tela de juicio por todos. Quizá había llegado el momento de anunciar su renuncia, cediendo el testigo a otro. Quizá nos haya convocado para regañarnos y avisarnos como otras veces, o para poner en marcha y activar de una vez esa famosa revolución de cuatro patas y diez picos por la que lleva luchando desde siempre. ¿Quién sabe? Napoleón es una enorme caja de sorpresas. Nadie nunca sabe qué va a decir y cómo va a decirlo.

Todos reunidos en torno a él bajo el árbol del conocimiento escuchamos atentamente sus primeras palabras:

        - Compañeros animales, un saludo para todos, también para los que no han venido o no han querido venir a este encuentro nuestro. Os abrazo a todos con el espíritu de los acentos y de las letras gracias al cual existimos y nos conocen a todos.

      Y a continuación llegó la gran sorpresa que ninguno esperaba:

        -   Creo y confío mucho en todos vosotros. He leído vuestras historias desde pequeño. Os tengo a muchos por auténtica familia. Sois parte de mi vida como yo lo soy de la vuestra. Y esta familia de las letras debe crecer, multiplicarse y traer nuevos miembros a sus fiestas. Sólo así podremos sobrevivir en las almas de los humanos para no desaparecer. Sólo así nos recordarán como lo que somos. Y por ello os quiero presentar a todos un nuevo miembro de esta nuestra familia especial: el avicornio, al cual encontré en uno de mis últimos viajes en las hermosas sierras de un lugar que tu creador creo que conoce muy bien querido amigo Rocinante. Ha llegado para ser uno más como nosotros. Está aquí hoy y ahora para que le demos la bienvenida y el calor que se merece.    

    Todos emitimos gozosos nuestros mejores sonidos en una sinfonía de ruidos que quedó para la historia de nuestras reuniones.

     Yo me acerqué al avicornio. Tenía alas, patas y un llamativo cuerno en la cabeza. Le saludé  me presenté: - Soy el conejo blanco del tiempo. Él, moviendo las alas con efusividad, me contestó: - Yo soy el avicornio, pero me puedes llamar avi, y creo que este parece el principio de una buena y duradera amistad…


miércoles, 6 de octubre de 2021

UNA TRÁGICA NOCHE

 

Se percibía un ambiente extraño aquella noche de mayo. La atmósfera resultaba tan rara… Demasiado silencio en las siempre alborotadas calles de Móstoles. Quizá un mudo presagio de algo funesto. Todo estaba en calma. No se notaban ni los insectos. La luna se mostraba casi llena. Las estrellas quedaban apenas visibles por una bruma inquietante. Cuando Vicente Cortés atravesó el portal y observó todo sintió un fuerte escalofrío. Con paso inseguro comenzó a patear las calles con la tenue luz de su lámpara. De repente se percató de aquellas letras en la pared escritas con sangre. Asustado fue corriendo a avisar al comisario. Al regresar observaron atónitos cómo había desaparecido la advertencia. Un fuerte golpe se escuchó en toda la ciudad. Se repitió hasta tres veces más. En grupos marcharon a investigar qué pasaba sin saber que esa sería su última misión. La venganza se cumpliría aquella fatídica noche.

miércoles, 21 de julio de 2021

El hado del verano

¿Verano? ¿A quién le gusta el verano? ¿En serio que se dejan engañar por la confusa melodía de esa sufrida estación? Calor, agobio, sudor... Creo que con eso sería suficiente, pero si quieren algo más: vacaciones, insomnio, tiempo libre... ¿Se convencen mejor ahora o siguen adorando al dios verano? A mí donde esté su buen invierno con su buen nevazo, su frío helador para arroparte hasta las orejas, sus buenos cocidos y la lectura sana junto a la chimenea que se quiten todos esos paraísos de playas exóticas y aguas cristalinas. Me río yo del verano donde haya un buen invierno.

O eso pensaba. Lo creí firmemente como un dogma sin discusión. Lo acepté para mi vida como un credo divino, pero fue así hasta aquel mes de agosto del 92 (encima eso). El año de la Expo de Sevilla y de las Olimpiadas de Barceeeloooonaaa para mí se fue convirtiendo en la gran prueba de mi vida, sí, pero también en el mejor de todos los veranos del mundo y de la historia. ¿Queréis saber por qué? Pues os lo voy a contar tal y como lo sentí y lo viví.

En agosto del 92 pasé a regañadientes quince días en un sitio con playa. ¿Qué bien, no? Pues para mí fue todo lo contrario. No me gusta la arena. Acabas todo embadurnado de ella y tienes que mojarte una y mil veces para quitártela. ¡Cuántas veces habré dormido con arena en alguna parte del cuerpo! Lo único bueno de las playas es el sonido relajante y medicinal de las olas. Es como si el espíritu del mar se meciera en una sinfonía de ensueño que a mí personalmente me relajaba hasta el punto de quedarme dormido bajo la sombrilla. Daba igual que hubiese gente alrededor hablando o niños jugando. Me quedaba dormido en un santiamén, pero al despertar estaba lleno, pero llenito de arena y no tenía más remedio que atravesar, no sin alguna que otra dificultad, esa barrera de algas y piedras para lavarme y quitármela toda.

Pues resulta que una noche salí con mis padres y mi hermano a dar un paseo playero a la luz de la luna. La luna… Aquel lugar tan misterioso que contemplaba algo asombrado. ¡Quién sabe lo que nos queda por descubrir! Estaba yo absorto con lo poco que se podía ver aquella noche de nuestro satélite cuando alguien toca mi hombro y me dice: - Bonita, ¿verdad? Yo me giro curioso (menudas confianzas) y la boca se me abre embobada cuando contemplo asombrado que quien me había llamado era un ser risueño y pizpireto, algo así como un hada de la noche que me embrujó desde aquel momento. Sin saber muy bien cómo reaccionar ni responderle me limité a mover la cabeza en gesto de afirmación, y desapareció de repente.

Me quedé acongojado y pensé por un momento que me lo había imaginado cuando escuché la voz de mi madre: - Vamos, Juan, ¿qué haces ahí? ¡Venga, hijo, que siempre tenemos que parar por ti!

Cogimos un helado en uno de esos chiringuitos a pie de paseo playero. A mí me gusta el de chocolate, cómo no (no sé qué sería de mi vida sin chocolate), pero no tenían, así que me tuve que conformar con uno de tutti frutti que no es que me gustara mucho pero siempre era mejor que nada.

De vuelta al apartamento volví a sentir algo en el hombro y una vocecita que pedía un poco de helado. El mismo ser otra vez. De nuevo no supe cómo reaccionar y alargué el brazo para ofrecerle el helado. Se tomó un buen trozo y después de darme las gracias desapareció sin más. Eso ya me mosqueó un poco, la verdad. Llegaba, me tocaba y se iba. Me llamaba y desaparecía. ¿A qué estaba jugando? ¿Quién se creía que era para tratarme así? Con ese pensamiento me acosté esperando que apareciera de nuevo al día siguiente para ajustarle un poco las cuentas. Pero no hizo falta. Cuando dormía profundamente, cuando más a gusto estaba, se me apareció en sueños y me habló de nuevo: - Soy uno de los hados padrinos de la vida y te acompaño en tu camino.

Yo, algo atontado, le contesté entre sueños: - ¿Hado padrino de la vida? ¡Tú flipas hombre! ¡Si eso no existe!

- ¡Ay, Juan, Juanito, cuánto te queda por aprender del mundo y de la vida! A cada persona que nace se le asigna un hada o un hado padrino desde el más allá que algunos pierden porque dejan de creer en la vida. Yo sé que tú sí que crees en ella tanto que me vas a tener siempre a tu lado aunque no quieras. Yo sé que amas tanto la vida como al chocolate o a un buen invierno.

El sonido de su voz era tan dulce que me volví a dormir rápidamente. Al día siguiente no recordé nada de aquello. Lo que sucedió después fue increíble. El resto de aquel verano fue inolvidable. Fui feliz, realmente feliz. Y me empezó a gustar el calor y el insomnio (cuántos libros pude leer aquellas semanas) y el tiempo libre y el sudor. Y ya hasta jugaba con la arena sin pensar que iba a dormir plagado de ella. En realidad no sé todavía que fue lo que pasó pero todo cambió. Me dio mucha pena acabar las vacaciones y deseé con todas mis fuerzas que pasara pronto el tiempo para que volviera el verano. Así fue como pasé el mejor verano de mi vida, entre sueño y sueño, entre playa y arena, entre helados y estrellas que lucían como nunca.

El próximo día siete de agosto cumpliré cien años. He pedido a mi familia que regresemos a esa playa para poder observar la luna de nuevo y que se aparezca aquel hado padrino tan sólo una vez más para hablar con él. Ese seguro va a ser el segundo mejor verano de mi vida.


La familia y uno más

Las instrucciones del Gran Jefe fueron claras y muy precisas: Junto al árbol del conocimiento antes de atardecer. Cuando llegué ya había u...